domingo, 5 de agosto de 2012

Parecidas




Tenemos algo en común, desde un ombligo en medio del universo hasta la silueta. Beso tu ombligo, el centro de las constelaciones, lo que divide la leche del pelo hirsuto. Beso tu ombligo y lo rodeo en un diámetro transparente, como apropiándome de algo no mío. Se contrae porque siente cosquillas, o eres tú quizá. Es que tu ombligo es una fosa transversal. Se dirige a un punto inconcluso. Sigo buscando detrás del ombligo y la reja no me permite seguir. Lo entiendo. Tenemos algo en común. Es como si me tocara. Como esos ojos tuyos que me persiguen. Las cejas delgadas, la boca. Decido encontrarlos. Es jugar a cíclope sin la obviedad. Permitirse caer en el juego. Acariciar tu cabello erizado y viejo, el rostro y palmear las manos. Atraparte junto a mí que somos tan iguales. No necesitamos de alguien más tosco, insano y con un letrero en la entrepierna. Un camino en medio, dividido con una segueta que complemente el equilibrio de la creación. No necesitamos, además pertenecer a la sección de niños y vientres anchos. Con palmear tus manos me doy cuenta que los beso al instante. Me exigen llenarlos. Pero se deslizan a la par. Tramposos. Hay dos botones que los humedezco sin importarme el suéter que lleves encima. Los humedezco. Tan parecidos a los míos. Imagino que crecen como volcanes y luego se apagan. Se repite la época, el cíclope y mejor aún digo que todo ha pasado y te quedas en silencio. Igual te haces la que no reconoces. Pero te gusta e intentas jugar conmigo. Ahuyentamos los sonidos esféricos. Alguien toca la puerta e intenta abrir pero el intento es inútil. Como la vez que nos encontraron bajo la lluvia. Nos encontraron unas chicas que envidiaban nuestro juego. Se hacían las víctimas de Eros pero les gustaba más el cigarro con filtro. Preferían la perversidad animal a la meramente humana. Tenías fiebre, eso sí que recuerdo y se te subía al nivel de los pechos. Como mares. Como dos copos de nieve que se derretían y se hacían polvo. Las chicas que nos encontraron se quejaron con los maestros inventando que las faldas estaban más arriba. Y nos regañaron. Hablaron contigo y conmigo de manera individual. Mientras me tocaba observé los cuadros y más de alguno tenía ángeles. Por qué les hacían penes cuando eran asexuales, niños que no iban morir ni nacer. Que si tenían algo, no tenían nada parecido. Entraban y salían la que nos descubrieron. Una de ellas se metió a un salón y veía cómo se despojaba de las ropas mientras otro la admiraba. Pero si hacían lo mismo que tú y yo, y de eso se quejan. Bichito bonito qué tanto te dirán. Así te decía, te acuerdas cuando te decía Bichito. No sé qué tenía en la cabeza. Saliste cabizbaja y sin ganas de verme. Me señalaron. Entré a la dirección. Tuvo piedad de mí con permitirme el asiento. Señorita Rosaura, usted sabe que esta institución tiene reglas estrictas para el comportamiento debido de las chicas, creo que no es apropiado el romper las reglas ni atreverse a doblegar la autoridad, por lo que se le pide que recapacite su actitud y haga conciencia permitida…. Siguió parlando a lo bruto porque me asomaba a ver la queja del salón. Como una forma indiscutida, aunque haya gritado y denunciado a la alumna y al profesor, hacía caso omiso. Intenté evadirlo aunque los regaños eran inevitables. Salí. Creí que a ti te fue peor con la llamada de atención. Me ignoraste durante días, semanas y meses, incluso años. Te hiciste la de otra vida y estuviste a punto de casarte. Como si me intentaras desprender de un mal entendido y pensar que con la otra mitad, difícilmente parecida, te complementarías. Bichito, te destruirán. Te destruirán con la fuerza, el manotazo, con los golpes, te destruirán, pensaba. Te destruirán otra vez o peor. Y sí, a medio destruir te dejaron. A las siete de la noche, con la lluvia en años posteriores, tocaste la puerta. Antes de llorar te abrazaste a mí y te dejaste caer para que te llevara a descansar por fin. Porque te lo merecías Bichito ahora que no eres Bichito, te merecías el cuidado al atravesar los disgustos masculinos. Que nos apartaron porque tenías razón de irte de mí, hiciste lo mejor al huir y el que te quedaras conmigo, como dijiste, Siempre quise concluir lo que habíamos dejado pendiente, te tengo aquí besándote los mismos párpados, los mismos botones humedecidos y los labios que te mordieron, iguales a los míos. Te beso el ombligo, desde el principio, como podría hacerlo tu mitad idéntica, sin ánimo de pelear porque soy igual de débil que tú y temerosa. Que empezar de cero es indagar en la fórmula que me ofreces y la quiero seguir sin perder el juego. Tenemos tanto en común y te importa un comino saber si perteneces a una identidad o al espacio en blanco. A lo mejor y un grupo de ángeles nos abrace porque nos considera dentro de su familia. En eso somos tan parecidas.       

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