Tenemos
algo en común, desde un ombligo en medio del universo hasta la silueta. Beso tu
ombligo, el centro de las constelaciones, lo que divide la leche del pelo
hirsuto. Beso tu ombligo y lo rodeo en un diámetro transparente, como
apropiándome de algo no mío. Se contrae porque siente cosquillas, o eres tú
quizá. Es que tu ombligo es una fosa transversal. Se dirige a un punto
inconcluso. Sigo buscando detrás del ombligo y la reja no me permite seguir. Lo
entiendo. Tenemos algo en común. Es como si me tocara. Como esos ojos tuyos que
me persiguen. Las cejas delgadas, la boca. Decido encontrarlos. Es jugar a
cíclope sin la obviedad. Permitirse caer en el juego. Acariciar tu cabello
erizado y viejo, el rostro y palmear las manos. Atraparte junto a mí que somos
tan iguales. No necesitamos de alguien más tosco, insano y con un letrero en la
entrepierna. Un camino en medio, dividido con una segueta que complemente el
equilibrio de la creación. No necesitamos, además pertenecer a la sección de
niños y vientres anchos. Con palmear tus manos me doy cuenta que los beso al
instante. Me exigen llenarlos. Pero se deslizan a la par. Tramposos. Hay dos
botones que los humedezco sin importarme el suéter que lleves encima. Los
humedezco. Tan parecidos a los míos. Imagino que crecen como volcanes y luego
se apagan. Se repite la época, el cíclope y mejor aún digo que todo ha pasado y
te quedas en silencio. Igual te haces la que no reconoces. Pero te gusta e
intentas jugar conmigo. Ahuyentamos los sonidos esféricos. Alguien toca la
puerta e intenta abrir pero el intento es inútil. Como la vez que nos
encontraron bajo la lluvia. Nos encontraron unas chicas que envidiaban nuestro
juego. Se hacían las víctimas de Eros pero les gustaba más el cigarro con
filtro. Preferían la perversidad animal a la meramente humana. Tenías fiebre,
eso sí que recuerdo y se te subía al nivel de los pechos. Como mares. Como dos
copos de nieve que se derretían y se hacían polvo. Las chicas que nos
encontraron se quejaron con los maestros inventando que las faldas estaban más
arriba. Y nos regañaron. Hablaron contigo y conmigo de manera individual.
Mientras me tocaba observé los cuadros y más de alguno tenía ángeles. Por qué
les hacían penes cuando eran asexuales, niños que no iban morir ni nacer. Que
si tenían algo, no tenían nada parecido. Entraban y salían la que nos
descubrieron. Una de ellas se metió a un salón y veía cómo se despojaba de las
ropas mientras otro la admiraba. Pero si hacían lo mismo que tú y yo, y de eso
se quejan. Bichito bonito qué tanto te dirán. Así te decía, te acuerdas cuando
te decía Bichito. No sé qué tenía en la cabeza. Saliste cabizbaja y sin ganas
de verme. Me señalaron. Entré a la dirección. Tuvo piedad de mí con permitirme
el asiento. Señorita Rosaura, usted sabe que esta institución tiene reglas
estrictas para el comportamiento debido de las chicas, creo que no es apropiado
el romper las reglas ni atreverse a doblegar la autoridad, por lo que se le
pide que recapacite su actitud y haga conciencia permitida…. Siguió parlando a
lo bruto porque me asomaba a ver la queja del salón. Como una forma
indiscutida, aunque haya gritado y denunciado a la alumna y al profesor, hacía
caso omiso. Intenté evadirlo aunque los regaños eran inevitables. Salí. Creí
que a ti te fue peor con la llamada de atención. Me ignoraste durante días,
semanas y meses, incluso años. Te hiciste la de otra vida y estuviste a punto
de casarte. Como si me intentaras desprender de un mal entendido y pensar que
con la otra mitad, difícilmente parecida, te complementarías. Bichito, te
destruirán. Te destruirán con la fuerza, el manotazo, con los golpes, te
destruirán, pensaba. Te destruirán otra vez o peor. Y sí, a medio destruir te
dejaron. A las siete de la noche, con la lluvia en años posteriores, tocaste la
puerta. Antes de llorar te abrazaste a mí y te dejaste caer para que te llevara
a descansar por fin. Porque te lo merecías Bichito ahora que no eres Bichito,
te merecías el cuidado al atravesar los disgustos masculinos. Que nos apartaron
porque tenías razón de irte de mí, hiciste lo mejor al huir y el que te
quedaras conmigo, como dijiste, Siempre quise concluir lo que habíamos dejado
pendiente, te tengo aquí besándote los mismos párpados, los mismos botones
humedecidos y los labios que te mordieron, iguales a los míos. Te beso el
ombligo, desde el principio, como podría hacerlo tu mitad idéntica, sin ánimo
de pelear porque soy igual de débil que tú y temerosa. Que empezar de cero es
indagar en la fórmula que me ofreces y la quiero seguir sin perder el juego.
Tenemos tanto en común y te importa un comino saber si perteneces a una
identidad o al espacio en blanco. A lo mejor y un grupo de ángeles nos abrace
porque nos considera dentro de su familia. En eso somos tan parecidas.