El Generalosky
No me gusta mi trabajo. Cerrar sobres con la saliva
de mi lengua no tiene nada de atractivo. El de a lado al menos tiene la misión
de sellar cada uno, ya que cada día tiene unos conejotes en los brazos. Pero
sigue teniendo la misma panzota y el mismo culito con el que se sienta durante horas
para comer sus donas. Por eso mi padre decía que debía ser un cazador: al menos
había una emoción por cazar o equivocarse y disparar al vecino. Mi padre
intentó muchas veces lograrlo, pero el vecino fue alguna vez general y
detectaba su maldad. El Generalosky, así lo llamábamos, presumía ser un ruso de
raza pura, aunque tenía una mitad africana, de allí que era alto y prieto. Pero
aún así era el Generalosky.
—Mira
hijo, debemos cambiar nuestra técnica para cazarlo.
No
se le escapó.
Mi padre siempre me llevaba a un bosque con niebla.
Adentro, quizá por nuestra borrachera, escuchábamos susurros y una gaita en
medio. La gente decía que comíamos hongos, de allí el efecto. Pero el alcohol
no produce esas cosas, o en el registro mundial de borrachos, no han escuchado
una gaita en medio del bosque y susurros de guerreros alzando sus mandobles. Escuchábamos
también unos caballos que jalaban una carretilla, escuderos deslizando el
armamento. Cosas raras. Mi padre de tambaleaba con los sonidos, aún así se
aferraba a su rifle. Tenía entendido que no tenía permiso para disparar. Era de
los que deportaron en el servicio social, pero aún así se aferraba.
—Quiero colgar la cabeza del Generalosky en nuestra
chimenea.
—Pero no tenemos chimenea papá
— ¿Cómo diablos no? Muchas veces estampé a tu madre
en la pared para que se hiciera un hoyo.
Claro, a mi padre le gustaba soñar.
Entre la niebla encontramos un bultito que caminaba,
muy alto por cierto.
—La pinche jeta del Generalosky debe estar en mi
pared.
Mi padre se acercó. Quería verse muy francotirador.
Escuchábamos la gaita y los caballos como siendo quemados por una llamarada
invisible. Pegó el tiro al bultote y cayó de inmediato. Se acercó y lo comenzó
a desvestir. Como queriéndole buscar algo. Le sacó sus medallas de honor, las
hurras que tenía en el pecho, en vez de seguir vomitando la sangre. Eso le dio
asco a mi padre e hizo lo mismo, sin importarle si le manchaba el pantalón. Le
siguió quitando sus pertenencias.
—Debemos llevarnos al Generalosky, para cortarle la
cabeza.
—Papá…
— ¿Qué quieres?
— ¿Cómo nos lo vamos a llevar?
—Pues en las espaldas.
—Papá, está bien largo.
— ¿Apoco desconfías en la fuerza de tu padre?
—Es que está chico grandulonzote.
— ¡Chingao! Pues yo me lo echo.
Imagínate a mi papá, que medía si acaso un metro con
sesenta, en comparación con el Generalosky, que era un tipo de dos metros. Al
principio intentó llevárselo a su espalda, pero tronaron las vértebras y se
cansó. Del tedio, se lo llevó arrastrando.
—Papá, se le anda deshaciendo su cara.
— ¿Y ahora por qué dices eso?
—Pues lo estamos llevando entre las piedras. Ya se
le cayó un diente, y le cuelga un ojo.
—Vuelve a ponérselo en su lugar.
Y el pobre chiquillo que era, además de explotado
ante un homicidio, me tocaba ponerle en su lugar el ojo. Afortunadamente, mi
padre me había entrenado para reconstrucción de cuerpos con animalitos que
cazaba, desde conejos hasta un armadillo, que según bueno para mi acné. Esta
vez, tenía que poner en práctica mis conocimientos con el Generalosky.
Llegamos a casa. Con esfuerzos subimos el cuerpo en
la mesa. Aún su piel estaba un poco tibia. En un momento pensé que iba a abrir
los ojos y apretar nuestros pescuezos. Pero estaba aplacado. En su lugar.
—Ayúdame a cortarle la cabeza, hijo.
— ¿Con qué, papá?
—Tráete un cuchillo que usa tu mamá para la
carnicería.
— ¿Y luego?
— ¡Chinago! Haces muchas preguntas. Solo hazlo y ya.
Iba a ir justo cuando expidió un olor asqueroso el
muerto. Recuerda que aún estábamos ebrios y no sabíamos lo que hacíamos.
— ¡No me digas que ni aguantarás, animal! Vamos hijo,
ayúdame a ponerlo en la bañera.
— ¿Queeeeé?
—He dicho: lo vamos a bañar
Lo azotamos
en el piso y lo llevamos al baño. Abrí la llave de agua tibia, para que no
sintiera tanto frío. Mi padre le quitó el pantalón y los calzones rojos que
traía puesto. De inmediato soltó una risa, pues se burlaba del corto pitillo
del Generalosky.
—Deja de fijarte papá, mételo al agua.
Le enjuagamos el cuerpo poco a poco, pues nos daba
cosa bañar a un muerto. Recuerda que seguíamos ebrios, y los muy tontos dejamos
la ventanota abierta que teníamos en la bañera.
Se nos cayó a la casa vecina.
Justamente, el cuerpo cayó en el baño de la mujer
del Generalosky, mientras se bañaba.
—Hi honey, fue lo último que supimos que dijo.
Mi padre desapareció de la casa. A pesar de recibir
golpes, mi mamá le lloró un río. Para esconder mi paradero, me metí de
sirviente, cocinero, incluso de político, pero para no ser descubierto, mejor
quise ser cartero.
No me gusta mi trabajo, pero tampoco el extremo es lo mío.