martes, 26 de junio de 2012

El lugar de la ceguera.


La ciudad no es ciudad. Es una
luz del semáforo que se detiene.
//plash   plash   plash
suena el encendedor//. Es el semáforo
de la luz roja. Ya no la ven desde la semana
pasada.    No la reconocen.   Se aferran a los
demás colores   menos a la roja.  Se detienen
coches    desde que el primero   lleno de potros
optó por   dejar el tiempo   en un cinturón de
castidad. Los primeros se detuvieron y
arrojaron a los futuros bebés en un muelle
o vacío de las calles. Los segundos   hechizaron
las paredes   que jamás   crecerán
por la muerte de las antiguas culturas. Y los
terceros se dejan morir antes que cambie
de color el semáforo:
al cabo no lo ven y si lo descubren
se irían a tierra adentro
a reunirse con los demás
que no quieren ver.

//el semáforo tiene vida//
     cantan
      los olvidados de la noche
//el semáforo apunta   y brevemente
    clava un ojo    a los escondidos
   porque es el semáforo   quien nos tortura
                         y sin   
     clerecía    o vértigo   en un fusil sin boca
         amenaza    en convertirnos
en parte   de su rojo sangre//
    cantan   los cadáveres de perros
    cantan   las mentiras inconclusas
    cantan    las banquetas rotas
    cantan    las bolsas de plástico
    cantan    los bosquejos   o las voces
    cantan    los ojos caídos

//el semáforo nos aparta
    aplasta
     el reloj    de la muñeca inferior
tic-tac    dicen los demás
     el semáforo  nos quita el sueño
      y nos encuentra
abandonados  
carcomidos
o mejor aún
   exiliados   de la enfermedad//

La catedral a lo lejos  
con ratas muertas metiéndose
por los huecos de la puerta;
           abundan las palomas
  con olor a azufre
  y esqueletos de gatos
ensangrentados
sin tráqueas   mueren
o se ahogan   todas las noches
   por la lama    o  carbono.
La catedral con las puertas cerradas
    y los ciegos admiran a los santos
            llorando
refugiados en el teísmo porque
de la vida es lo único que tienen de vida
   y los ciegos caminando en charcos
        atropellados
por culpa del semáforo:
     cada cinco segundos
     transcurridos
  hay alguien quien deja de respirar.

//el semáforo mata//
    dicen los ciegos.

sábado, 16 de junio de 2012

Instrucciones para separarnos


Camina conmigo. Intenta no tocarme la mano, pero sé que te arrepentirás. Empiezo a contarte mi miedo. Empiezo a decirte que temo a los hombres escorpiones porque sus vergas son gigantescas, capaces de traspasar la piel. Para que no llore acaricia mi rostro. Sigamos caminando. Sigue tocando mi mano, es parte del temor mutuo. Observa el entorno. Los grafitis en las casas. Las personas caminando sin ton ni son como cadáveres construyendo un nuevo cuerpo. Observa lo que te ofrece mi ciudad. Una calle larga consumiéndose con los ojos, con el vaho, con los cigarrillos. Inhala. Espira. Di algo, aunque sea un saludo. Aunque sea una lamentación. Intenta convencerme. Pasar contigo, junto con las estrellas, la noche. No entiendo tu lenguaje. Para comprenderte utiliza una frase, no palabras entrecortadas. Toma mi cintura y guíame a otra calle llamada olvido. Sujétame, como si tuvieras un aguijón donde encajar la pared. Busca mis labios. Sosténlos. Busca mi cuello. Quítame cada amuleto antes que la muerte se dé cuenta. Deja que te busque la boca y me trague tu aire, o el hálito que usas para respirar. Juguetea conmigo. Que sean tus manos los manipuladores. Que sean tus párpados los que indiquen la mirada. Para que no se te olvide, sostén tus manos en el secreto. Empieza a buscarlo. Saca tu dedo: inyéctalo. Piensa que no eres un escorpión, como yo lo sé, como lo sabemos mutuamente. Cierra los ojos. Si empiezas a sudar concéntrate para que te quedes así, mientras vigilo el espacio hecho sueño con niebla, con lluvia, con todo lo que dicen las voces. Imagino que estás leyendo un libro, que te sientas a tomar café, también te imagino viendo la mar a gotas y la arena llenándote los dedos de sal. Imagino que has pasado por la soledad, por la degustación, por esas cosas que temes y no vuelves a creer en el afecto: porque se te olvidó la niñez, la manera como te columpiabas sobre el viento o como resbalabas en un camino de hierro. Se te olvidó el gesto tierno y aprendiste que la violencia empieza con la mirada; luego con la desposición de tus sueños. Esos sueños que tienen simbología que no los entiendes, ni con los estudios a priori de la nada. Ni del fundamentalismo. Ni del chovinismo. Sigue inyectando esas cosas que no puedes decirme. Lo único que nos une. Para mí eres un niño que aún tiene que crecer, con o sin la soledad. Deja que te vea a los ojos. Ábrelos, sin pena. Es tiempo de mirarnos, de buscarnos las pupilas. Recuerda que mis ojos son claros y puedes ver mi miedo a los escorpiones. En este momento sé que no eres esas cosas que circulan alrededor de nosotros, como pájaros con colmillos. Sigue viéndome. Obsérvame, no hay ropa que me cubra. En este momento no tengo miedo tampoco. Ni tú. Siguen las estrellas subiendo y bajando de las nubes sobre los tejados. Las voces regresan con ganas de gritarnos, pero el entorno es silencio nada más, como el Universo que nos quiere reunir, como el Universo nos quiere reunir nuevamente, como el Universo que vuelve. Escúchalo nuevamente, y dime como tú siempre emites el no te dejes caer, no te sueltes: hazlo sola. Estamos a punto de separarnos. Para que no nos duela, sigamos con las manos cruzadas. Una vez como si nada, esconde tu dedo. Sonríe conmigo. Sonríe viéndome. Somos parecidos, te lo repito a cada instante. Así quédate, besándote. Una vez que sigamos atados de la mano, poco a poco suéltame. Terminemos de caminar. Hay un recorrido que nos aleja y las distancias son de aquí a allá. Despídete: es lo único que falta. Camina solo, ahora te toca el siguiente recorrido. Puedes quedarte dormido en el suelo, como yo lo haré sola. Mira las estrellas. Esta vez han brillado para ti y por ti. Los deseos vuelven pero debemos dejarlos: quizá tengamos otra historia parecida a Ulrica como Borges nos predestinó: como esto que empieza a borrarse y nadie más lo sabrá.