Son las horas a
veces corriendo
aullando o
gritando. Se desesperan.
Quieren huir del
tiempo.
A veces se sujetan
y el hilo se rompe
antes de permanecer
en silencio.
Las horas se
destinan.
Suelen despintarse
en un museo o también aquí.
Se hincan por los
viejos tiempos
aún no transcurridos.
Prefieren
callarse
incluso como la
hora trece o catorce
se cosen la
boca para evitar la comida
y el diecisiete se
rompe las muñecas
para no ver la
ciudad destruida.
Se impacientan.
Paren de tres o
cinco mil hijos al minuto
y no se sacian con
sus ojos
o con sus dedos.
Imaginan
sus vidas perfectas
o sin pretérito.
Y cuando ven salir
a la indicada
ya no se acuerdan
no olvidan
ni saben por qué de su impaciencia:
cuando la ven
entienden
que no hay remedio para
evitarla o multarla
porque
detrás de sus espaldas
ya no hay de qué quejarse.
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