A Cristhian.
Siéntate aquí, debemos hablar.
Y el psicoanalista me veía con ojos
íntimos y algo despreciativos. Me senté, pero no hice caso en dónde. Seguí
viendo hacia arriba. Su ropa crujía en el suelo que era de madera, por algo
allí se escondían los alacranes y otros insectos.
Cómo has estado | Bien, dije con la
misma sonrisa fingida que pude entregar | Qué historia me cuentas hoy | Cuál
historia, decía yo | Como las que cuentas | Sabes, es que son reales. Hace unos
momentos estuve platicando con Cóyotl y me dijo que debía volver. Mi mayor
culpa es no ser azteca.
Y se volvió en sí mientras echaba
los hombros hacia atrás. Entendía que no concebía lo que intentaba decir.
Si le conté que tenía un marido
llamado Cóyotl, verdad. Significa “coyote”, es decir, tan veloz que nadie lo
puede seguir. Me dijo que su pueblo fue atacado por unos hombres que se
hicieron pasar por sabios, sobre todo uno, que prometió ser Quetzalcóatl. No sé
por qué hasta él mismo les creyó: fue engañado como los demás. Hace unos
minutos vino, y el torbellino que lo trajo hasta a mí impidió que pudiera
platicar con él de acuerdo a lo nuestro. Quiero que estés conmigo, aquí
adentro, y puso mi mano en su pecho, junto al corazón. Debo seguir en la lucha.
Ya mataron a mis padres, ahora me toca defender a mis futuros hijos, y se fue.
Y con las ropas ensangrentadas me cubrió antes de retirarse, le lavé la cara y
le curé algunas heridas. A lo lejos vi cómo se abalanzaban los guerreros hacia
los propios españoles. Siempre he dicho que mi raíz se murió desde que los
españoles extinguieron gran parte de los aztecas, y lo peor del asunto es que
no puedo ser como ellos: no sé hacia dónde irme.
>>Me encontré en una de
las calles y supe que el metro ya no era la cola de los guerreros. Por poco una
persona me empujaba hacia las rieles. Le menté, como cualquier mexicano debe
hacerlo y me sumergí en la boca de ese objeto volátil. La gente era igual, solamente
que estaban asustados al verme con las ropas ensangrentadas. Más de uno me
ofreció su asiento pero como mujer le dije que mejor lo guardara para algunos
de los hijos, los que no iba a tener con Coyótl. De nueva cuenta, sumergí y me
hallaba ahora al frente de una casa que estaba incendiándose. Era la de uno de
los españoles. Cóyotl apareció y me dijo que la quemó, luego que los españoles
se metieron en la ceremonia donde más de uno decapitado quedó.
Debes cuidarte amada. Quién sabe cuántos sobrevivan | Quiero ir contigo…
| No, negó con paciencia, debes estar aquí, al cuidado, y regresé al metro
donde había pasado a Iztapalapa. Debía bajar, para matarme creo, o si no para
visitar a mi madre que aún vivía allí. De nueva cuenta, caminé y la gente se me
quedaba viendo al verme enferma. Me senté en las escaleras para identificar a
dónde debía seguir y me di cuenta que un hombre llamado Fernán se acercó. Abrí
los ojos y ahora Hernán Cortés caminaba hacia a mí. Cóyotl lo detuvo. Pero
Fernán me estaba siguiendo, y no quería verlo.
Y quién es Fernán, me interrumpió el psicoanalista | Un martirio.
Si alguien me quería seguir debía comerme los papeles que tuviera para
que no me quitaran los objetos de valor, como me recomendó Cóyotl. Lo hice.
Subí hacia una de las calles con azotea calva y comencé a devorar los papeles,
incluyendo dinero. Fernán iba con pasos aligeradamente fuertes y me venía a
visitar con la misma violencia, pero qué hacía cuando éste tipo quería abusar
de mi presencia. No sé por qué su madre jamás lo detuvo. Y Cóyotl, cuando el
enemigo aparecía, alzaba sus brazos y le clavaba el arma hacia el pecho hasta
quitarle el corazón. Más de cinco veces quiso hacerlo. Corrí y me encontré
donde mismo. No permita que vaya a seguirme el Fernán. Es un enfermo mental.
Hoy mismo escapé luego de los golpes y le dije que Cóyotl conmigo era
maravilloso y no tengo miedo de él mismo. Escucha doctor, escucha doctor los
pasos aligerados de Fernán | Algo escucho, me respondió el psicoanalista | Es
él. Dijo Cóyotl que iba a venir por mí para defenderme. Pronto me convertiré en
azteca, y ambos nos condenaremos en uno solo, sin tocarnos las bocas sabemos que
nos necesitamos mutuamente. No diga que estuve aquí.
Y de un torbellino de céfiro con plumas en los alrededores apareció
Cóyotl que sujetaba a la chica. Ella sonrió al verlo y subió a un escalón
invisible para alcanzarlo. Fernán, mejor dicho el que iba a inyectarle
apareció. Vio al psicoanalista mirando hacia arriba.
Temo que esta chica no pertenece ni aquí ni allá, por no ser azteca |
Desde años ha querido serlo. Será mejor dejarla en paz. Le encanta jugar con
las cosas.
Pero el psicoanalista descubrió que la chica tenía razón, así que
prefirió irse de la clínica y despedirse. Para poder hallársela nuevamente,
comenzó a devorarse los papeles que tenía, incluyendo el dinero: así fue.
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