Donde
nos aguarda La loca de la casa de
Rosa Montero
Diana Ferreyra
Dicen
que un loco dice la verdad, hasta confesarnos eso que resguarda en un cajón con
candado. Desde que La loca de la casa
nos abre la puerta, declara esas cosas que cree inventar y Roland Barthes aparece
en su justificación: «toda autobiografía es ficcional y toda ficción es
autobiográfica». Todo es parte de la imaginación, inclusive los personajes
involucrados en la narración. Lo bueno es que no nos toca psicoanalizar, sino
acompañarla. Pero esta loca, vaya, sí que le gusta saturarnos de sus vivencias
y de su paranoia por leer sin saciarse.
El
recorrido empieza con las ventanas y narraciones que recuerda, desde el breve
cuento de Oscar Wilde, “El gigante egoísta”,
que leyó en su niñez y de allí empezó con la compulsiva carrera de lectora
—incluyendo la de escritora—, hasta involucrarse con la vida de algunos autores
citados, dando a conocer la locura que los encerró. Esta enfermedad contagiosa
elige a los genios o a los que sufren de esquizofrenia aún no detectada, como
el caso de Robert Louis Stevenson y su doble personalidad, la que compartió con
su «diamon» —descubierta por Kypling; o la presencia del «duende verde» para
los futuros consumidores de brebajes que lo ven, como la mayorías de los escritores lo hace— misma que le inspiró
para escribir El extraño caso del Dr.
Jekyll y Mir. Hyde; o el Quijote, llevar su locura a los confines, y ya en
su lecho de muerte Sancho Panza intentó comprenderlo, algo imposible para una
criatura regida a partir de su conciencia, y que tampoco pudo comprenderlo el
mismo Cervantes Saavedra por no haber podido escribir más hazañas de su
personaje. Le exigía hasta la dignidad de su pérdida de cordura, tanto, que la
memoria del Quijote superó al del escritor.
La
locura, si bien, en la casa de la loca acecha, el personaje de Rosa Montero la
padece, como todo autor es afectado y afectivo: si no, de nada serviría
escribir. La lectura paranoica llega, y el oficio de escribir la acompaña,
agregando «la loca» idea de inventar un amorío en tres distintas versiones. La
primera trata de un desplante pasional por parte de Rosa y del personaje M., el
amante. La segunda versión fue trágica por una enfermedad extrañísima del
amante, concluyendo su destino en la mediocridad. Por última, la tercera
versión es la que pudiera ser biográfica y a la vez la más fantástica: volverse
a encontrar luego de veinte años sin verse, sin que nadie los separara en la
noche, después que M. saliera con Mariana, la hermana de Rosa Montero, y ella a
la vez dejara por unos días a su pareja. Decimos que la invención o creación de
un escritor es parte de la literatura y como la literatura es un pretexto, la
locura también. Se atrevió a inventar un amorío con un famoso actor y anónimo
M. desde crear besucones, miradas, ausencia de buenas charlas y el anhelo de
verse, hasta la súplica de olvidarse mutuamente. Es parte del delirio que
suscitan los amores fracasados, inventados. Nadie hace caso al dolor, solo el quien
lo vive.
Al
principio puede considerarse pedantería y presunción el considerarse como la
“genialidad de su hogar” o su papel central como “escritora”; posteriormente se
va convirtiendo en esclava de su oficio. Intenta salirse, pero es imposible.
Derrocha la genialidad, la vive, la respira y se sienta esperando controlarla
por medio de la racionalidad. Nunca lo ha logrado. Llega a la resignación y se
define como la curiosa e intranquila de la casa, y sin darnos cuenta, ya nos
tiene en el comedor para invitarnos un café mientras nos creemos la veracidad
de sus novelas. Entonces ya es inútil pensar en Barthes.
Montero,
Rosa (2006). La loca de la casa. España: Punto de
lectura.