A
Cristhian.
Llueve. Algunos corren. Amarillo en el cielo, arriba
de las nubes. Negro con rayos ultravioletas. Llueve. Apenas se cubren los
músicos. Huyen del agua. Sí, Cris, todos huyen y tú te cubres, como yo. Cae
ácido, por supuesto que no. Caen algunas lágrimas, lo sé Dios ya dejó de llorar
y nos mastica fuertemente. Pronto nos hará un puerto. Eso ocupamos. Verde, en
vez de cristal. Lo sé Cris, no nos quitamos del lugar. Nos mojamos los pies. Qué
bien se siente, como si nos cantara alguien, nos esperara alguien a lo lejos,
bajo una montaña o un puente. Nos mojamos los pies, Cris, pertenecemos a la
lluvia. Qué lástima. No pudimos ser ingenieros. Papá es un genio, pero no lo
entendemos. Platica de sus inventos, los antiguos bulbos, la persecución de la
luz y la relatividad, las figuras y los voltímetros. No lo entendemos, Cris, no
lo entendemos. Estamos huecos. Hablamos de fobias, de las voces pero no de la
relatividad. Qué lástima Cris, no somos el orgullo. Una pareja de incrédulos
queriendo conocer un viaje en tren. La cantera vocifera. Sigue la lluvia. Sabes
si tenemos un plan, no, de seguro no sabes Cris. Tú no sabes nada, como yo.
Bien idiotas. Tampoco puedes entender porque no eres mayor, ni yo. No te gusta
el café. Podemos aprovechar el momento para descansar. Somos unas estatuas,
bajo la lluvia y persiguiendo las sombras humanas. Sólo las sombras. Y los
rayos crecen desde las raíces, tiemblan y se precipitan como espíritus
kamikazes. Son personas que nunca quisieron nacer, nos dijo alguna vez papá,
recuerdas, verdad, Cris, recuerdas las pláticas de papá. De mamá ni se diga.
Nunca la supimos valorar y los dos juntos ahora. Caminamos, sigue la lluvia,
siguen las palomas con las alas entrelazadas, siguen las escaleras en su lugar,
como siempre, aburriéndose de los pisotones cotidianos y siguen los caracoles
secos, mientras nosotros caminamos. Nada extraño. Traspasamos las paredes, de
cantera invisible. Los talones sin gramos, los tobillos ligeros. Cris, somos
delgados desde hace años. Apenas la lluvia. Otros días calienta el sol. Hoy no
lo logra ni siquiera con el pestañeo. Qué bien se siente tener el cuerpo sin
las cuerdas vocales. Al principio se nos atoró el espíritu pero luego de
quedarnos mudos, contemplamos el cielo. Y alguien nos tocaba la nuca. Se sentía
tibio, la punta de los dedos acariciándonos. Primero tibio, caliente y frío al
final. Eso de perder la voz nos quitó muchas cosas de encima. Menos el calor. Mudos,
pero felices. Caminamos aún bajo la lluvia. Los pies se nos congelan. El agua crece.
La cantera huele a humedad. Al principio, de rosa, ahora está oscurecida. Las
casas se inundan. Empiezan a sacar las balsas de papel. Sí, Cris, deberíamos
hacer lo mismo. Se suben los niños y gorgorean. Las madres se enfadan y les dan
sus manotazos, pero los traspasan. Como si los intestinos funcionaran. Pobres
sucios. La ropa se moja y caen los tendederos. Las nubes bajan lentamente, como
si aspiraran todo lo que tocan. Recorren con sus bocas el piso, el cemento y lo
devoran. Muerden con los labios. Cada vez que comíamos una fruta inmadura se
nos irritaban los labios y mamá nos los aliviaba con sábila. Ellos no saben de
remedios caseros. Entremos por un café, Cris. Mira que ahora es un residuo. En
medio se ponían los hombres a embriagarse y gritar. Destrucción masiva,
pausadamente. El agua succiona las sillas, las mesas, los candelabros. Los
convierte en gotas. A ti te gusta la madera roída, Cris. No te quejes de la
gravedad del sonido. Las cosas se ahogan, escupen la saliva de sobra y vuelven
a tragar. También las personas se ahogan. Sacan la cabeza, escupen pero se
petrifican por las anguilas invisibles. Eso ocurre por no pagar la luz a
tiempo. Sigue lloviendo. Un tambor en medio suena a medias. De luto. Un niño
que nunca creció sigue tocando el tambor. Escurren cabellos sueltos de personas
ajenas. Mira, Cris, aquí tienes mucho cabello: puedes recuperar el perdido.
Mira, nos podemos reflejar. Nos reconocemos, pero tu sonrisa sigue siendo la
misma Cris. Solamente no te acerques tanto que nuestra voz puede regresar.
Digo, Cris, es en vano que durante años de lluvia intentemos renacer. Mucho
muerto por aquí ni siquiera sabe cantar. Espera, Cris, aparece el sol. Podemos
secar nuestra ropa después de la tormenta. Acércate a los rayos del sol. El
agua se evapora y los pasillos pasan ríos y ríos de sal y ratillas infladas de
tanta ceniza. Seguimos caminando. Por qué no vamos a ver el lago. A ese lugar
faltó ir. Es verano, hace buen tiempo. Quizá nuestros papás nos puedan
acompañar. Ojalá y estando pálidos, todavía nos reconozcan.
Ferreyra Diana (2011) "Llueve" en Arroyo Hidalgo, Elena, Arroyo Hidalgo Guadalupe y Arroyo-Furphy Susana, Verano, Serial de Estaciones. Benma Editores, México, D.F.