Recientemente, la Secretaría de Cultura de Michoacán me publicó este libro. Hay servicio de envío de material impreso, pedirlo a mi correo o por este medio. O para ahorrarse el gasto, encontré que el libro está en línea. Abrazos!
http://issuu.com/zserpens/docs/borrones2
domingo, 28 de octubre de 2012
domingo, 23 de septiembre de 2012
Revista Golfa
Publicación en la revista Golfa, espero y puedan verificarlo. Saludos: http://issuu.com/golfamx/docs/golfa_edicion_especial?mode=window&backgroundColor=%23222222
viernes, 17 de agosto de 2012
Ruido.
Son los pasos que te
corretean
las antorchas amarillas
que cambian cuando
partes a otro océano
mientras todos se despiden
de tus errores
pues de nada servirá
recordarlos
si nunca volverás
a tocar sus manos
en los días
de diciembre
o en la época que octubre
amanece
con una corbata en medio
como un muro de Berlín
recién cocido
creyendo que allí
será el nacimiento
de tu planeta
cuando
colapsarán las montañas
antes que fallezcas
en una tumba ruidosa.
domingo, 12 de agosto de 2012
Oda a la momia
Somos las momias que
persiguen las luciérnagas
y cambian su piel
como las estaciones
Donde se desaparecen
las hojas
y surgen los árboles
con raíces de plata
donde todos los que
se besan
se sientan a
contemplar
el océano de cielo
y decirse que esta
eternidad
la fundé para que los
demás
jugaran a ser un
mundo
apenas nacido.
Somos las momias que
bailan al son de una luna roja
Los demás nos cantan
y
Descubren que las
cicatrices
Indican nuevas islas
donde se guardan
Las sombras de los
objetos
Y los mapas que
esconden
Los ojos de los
grandes piratas.
Que si somos momias o
no
Estamos bailando
porque los pies nos llaman
A los pueblos que son
conquistados
Con el amuleto del
afecto
Donde cogemos cada
uno de los frutos
Que se guardan en tu
espalda
Y crecen ramas para
que puedas volar
Sobre el cosmo
diciendo
Esto no es una
canción
De momias.
lunes, 6 de agosto de 2012
domingo, 5 de agosto de 2012
Parecidas
Tenemos
algo en común, desde un ombligo en medio del universo hasta la silueta. Beso tu
ombligo, el centro de las constelaciones, lo que divide la leche del pelo
hirsuto. Beso tu ombligo y lo rodeo en un diámetro transparente, como
apropiándome de algo no mío. Se contrae porque siente cosquillas, o eres tú
quizá. Es que tu ombligo es una fosa transversal. Se dirige a un punto
inconcluso. Sigo buscando detrás del ombligo y la reja no me permite seguir. Lo
entiendo. Tenemos algo en común. Es como si me tocara. Como esos ojos tuyos que
me persiguen. Las cejas delgadas, la boca. Decido encontrarlos. Es jugar a
cíclope sin la obviedad. Permitirse caer en el juego. Acariciar tu cabello
erizado y viejo, el rostro y palmear las manos. Atraparte junto a mí que somos
tan iguales. No necesitamos de alguien más tosco, insano y con un letrero en la
entrepierna. Un camino en medio, dividido con una segueta que complemente el
equilibrio de la creación. No necesitamos, además pertenecer a la sección de
niños y vientres anchos. Con palmear tus manos me doy cuenta que los beso al
instante. Me exigen llenarlos. Pero se deslizan a la par. Tramposos. Hay dos
botones que los humedezco sin importarme el suéter que lleves encima. Los
humedezco. Tan parecidos a los míos. Imagino que crecen como volcanes y luego
se apagan. Se repite la época, el cíclope y mejor aún digo que todo ha pasado y
te quedas en silencio. Igual te haces la que no reconoces. Pero te gusta e
intentas jugar conmigo. Ahuyentamos los sonidos esféricos. Alguien toca la
puerta e intenta abrir pero el intento es inútil. Como la vez que nos
encontraron bajo la lluvia. Nos encontraron unas chicas que envidiaban nuestro
juego. Se hacían las víctimas de Eros pero les gustaba más el cigarro con
filtro. Preferían la perversidad animal a la meramente humana. Tenías fiebre,
eso sí que recuerdo y se te subía al nivel de los pechos. Como mares. Como dos
copos de nieve que se derretían y se hacían polvo. Las chicas que nos
encontraron se quejaron con los maestros inventando que las faldas estaban más
arriba. Y nos regañaron. Hablaron contigo y conmigo de manera individual.
Mientras me tocaba observé los cuadros y más de alguno tenía ángeles. Por qué
les hacían penes cuando eran asexuales, niños que no iban morir ni nacer. Que
si tenían algo, no tenían nada parecido. Entraban y salían la que nos
descubrieron. Una de ellas se metió a un salón y veía cómo se despojaba de las
ropas mientras otro la admiraba. Pero si hacían lo mismo que tú y yo, y de eso
se quejan. Bichito bonito qué tanto te dirán. Así te decía, te acuerdas cuando
te decía Bichito. No sé qué tenía en la cabeza. Saliste cabizbaja y sin ganas
de verme. Me señalaron. Entré a la dirección. Tuvo piedad de mí con permitirme
el asiento. Señorita Rosaura, usted sabe que esta institución tiene reglas
estrictas para el comportamiento debido de las chicas, creo que no es apropiado
el romper las reglas ni atreverse a doblegar la autoridad, por lo que se le
pide que recapacite su actitud y haga conciencia permitida…. Siguió parlando a
lo bruto porque me asomaba a ver la queja del salón. Como una forma
indiscutida, aunque haya gritado y denunciado a la alumna y al profesor, hacía
caso omiso. Intenté evadirlo aunque los regaños eran inevitables. Salí. Creí
que a ti te fue peor con la llamada de atención. Me ignoraste durante días,
semanas y meses, incluso años. Te hiciste la de otra vida y estuviste a punto
de casarte. Como si me intentaras desprender de un mal entendido y pensar que
con la otra mitad, difícilmente parecida, te complementarías. Bichito, te
destruirán. Te destruirán con la fuerza, el manotazo, con los golpes, te
destruirán, pensaba. Te destruirán otra vez o peor. Y sí, a medio destruir te
dejaron. A las siete de la noche, con la lluvia en años posteriores, tocaste la
puerta. Antes de llorar te abrazaste a mí y te dejaste caer para que te llevara
a descansar por fin. Porque te lo merecías Bichito ahora que no eres Bichito,
te merecías el cuidado al atravesar los disgustos masculinos. Que nos apartaron
porque tenías razón de irte de mí, hiciste lo mejor al huir y el que te
quedaras conmigo, como dijiste, Siempre quise concluir lo que habíamos dejado
pendiente, te tengo aquí besándote los mismos párpados, los mismos botones
humedecidos y los labios que te mordieron, iguales a los míos. Te beso el
ombligo, desde el principio, como podría hacerlo tu mitad idéntica, sin ánimo
de pelear porque soy igual de débil que tú y temerosa. Que empezar de cero es
indagar en la fórmula que me ofreces y la quiero seguir sin perder el juego.
Tenemos tanto en común y te importa un comino saber si perteneces a una
identidad o al espacio en blanco. A lo mejor y un grupo de ángeles nos abrace
porque nos considera dentro de su familia. En eso somos tan parecidas.
jueves, 2 de agosto de 2012
Piano
La
eternidad no es para mí / tampoco permanecer en la tumba que te escarban /
somos un espectro de lo que nunca dejamos / los árboles sin tener semilla / el
piano jamás tocado. Los objetos se quedan con los demás / nosotros los
dejaremos / abandonaremos los espíritus que nos acompañaron / las estelas
cubiertas en las almohadas / dejaremos el cielo rojo amarillento a punto de
colapsar un volcán / tiraremos los residuos de agua donde lavamos nuestras
caras / perderemos los dados que jugaron con la muerte a no nacer en un vientre
sino en una ilusión / nos quedaremos mudos de los oídos / huecos en los labios
y secos en los ojos / seremos parte de la ceniza y de esa memoria que nos revive en cada noche
mientras alguien nos pisa el cuerpo para enterrar a otro con miedo al olvido.
viernes, 27 de julio de 2012
El Generalosky
No me gusta mi trabajo. Cerrar sobres con la saliva
de mi lengua no tiene nada de atractivo. El de a lado al menos tiene la misión
de sellar cada uno, ya que cada día tiene unos conejotes en los brazos. Pero
sigue teniendo la misma panzota y el mismo culito con el que se sienta durante horas
para comer sus donas. Por eso mi padre decía que debía ser un cazador: al menos
había una emoción por cazar o equivocarse y disparar al vecino. Mi padre
intentó muchas veces lograrlo, pero el vecino fue alguna vez general y
detectaba su maldad. El Generalosky, así lo llamábamos, presumía ser un ruso de
raza pura, aunque tenía una mitad africana, de allí que era alto y prieto. Pero
aún así era el Generalosky.
—Mira
hijo, debemos cambiar nuestra técnica para cazarlo.
No
se le escapó.
Mi padre siempre me llevaba a un bosque con niebla.
Adentro, quizá por nuestra borrachera, escuchábamos susurros y una gaita en
medio. La gente decía que comíamos hongos, de allí el efecto. Pero el alcohol
no produce esas cosas, o en el registro mundial de borrachos, no han escuchado
una gaita en medio del bosque y susurros de guerreros alzando sus mandobles. Escuchábamos
también unos caballos que jalaban una carretilla, escuderos deslizando el
armamento. Cosas raras. Mi padre de tambaleaba con los sonidos, aún así se
aferraba a su rifle. Tenía entendido que no tenía permiso para disparar. Era de
los que deportaron en el servicio social, pero aún así se aferraba.
—Quiero colgar la cabeza del Generalosky en nuestra
chimenea.
—Pero no tenemos chimenea papá
— ¿Cómo diablos no? Muchas veces estampé a tu madre
en la pared para que se hiciera un hoyo.
Claro, a mi padre le gustaba soñar.
Entre la niebla encontramos un bultito que caminaba,
muy alto por cierto.
—La pinche jeta del Generalosky debe estar en mi
pared.
Mi padre se acercó. Quería verse muy francotirador.
Escuchábamos la gaita y los caballos como siendo quemados por una llamarada
invisible. Pegó el tiro al bultote y cayó de inmediato. Se acercó y lo comenzó
a desvestir. Como queriéndole buscar algo. Le sacó sus medallas de honor, las
hurras que tenía en el pecho, en vez de seguir vomitando la sangre. Eso le dio
asco a mi padre e hizo lo mismo, sin importarle si le manchaba el pantalón. Le
siguió quitando sus pertenencias.
—Debemos llevarnos al Generalosky, para cortarle la
cabeza.
—Papá…
— ¿Qué quieres?
— ¿Cómo nos lo vamos a llevar?
—Pues en las espaldas.
—Papá, está bien largo.
— ¿Apoco desconfías en la fuerza de tu padre?
—Es que está chico grandulonzote.
— ¡Chingao! Pues yo me lo echo.
Imagínate a mi papá, que medía si acaso un metro con
sesenta, en comparación con el Generalosky, que era un tipo de dos metros. Al
principio intentó llevárselo a su espalda, pero tronaron las vértebras y se
cansó. Del tedio, se lo llevó arrastrando.
—Papá, se le anda deshaciendo su cara.
— ¿Y ahora por qué dices eso?
—Pues lo estamos llevando entre las piedras. Ya se
le cayó un diente, y le cuelga un ojo.
—Vuelve a ponérselo en su lugar.
Y el pobre chiquillo que era, además de explotado
ante un homicidio, me tocaba ponerle en su lugar el ojo. Afortunadamente, mi
padre me había entrenado para reconstrucción de cuerpos con animalitos que
cazaba, desde conejos hasta un armadillo, que según bueno para mi acné. Esta
vez, tenía que poner en práctica mis conocimientos con el Generalosky.
Llegamos a casa. Con esfuerzos subimos el cuerpo en
la mesa. Aún su piel estaba un poco tibia. En un momento pensé que iba a abrir
los ojos y apretar nuestros pescuezos. Pero estaba aplacado. En su lugar.
—Ayúdame a cortarle la cabeza, hijo.
— ¿Con qué, papá?
—Tráete un cuchillo que usa tu mamá para la
carnicería.
— ¿Y luego?
— ¡Chinago! Haces muchas preguntas. Solo hazlo y ya.
Iba a ir justo cuando expidió un olor asqueroso el
muerto. Recuerda que aún estábamos ebrios y no sabíamos lo que hacíamos.
— ¡No me digas que ni aguantarás, animal! Vamos hijo,
ayúdame a ponerlo en la bañera.
— ¿Queeeeé?
—He dicho: lo vamos a bañar
Lo azotamos
en el piso y lo llevamos al baño. Abrí la llave de agua tibia, para que no
sintiera tanto frío. Mi padre le quitó el pantalón y los calzones rojos que
traía puesto. De inmediato soltó una risa, pues se burlaba del corto pitillo
del Generalosky.
—Deja de fijarte papá, mételo al agua.
Le enjuagamos el cuerpo poco a poco, pues nos daba
cosa bañar a un muerto. Recuerda que seguíamos ebrios, y los muy tontos dejamos
la ventanota abierta que teníamos en la bañera.
Se nos cayó a la casa vecina.
Justamente, el cuerpo cayó en el baño de la mujer
del Generalosky, mientras se bañaba.
—Hi honey, fue lo último que supimos que dijo.
Mi padre desapareció de la casa. A pesar de recibir
golpes, mi mamá le lloró un río. Para esconder mi paradero, me metí de
sirviente, cocinero, incluso de político, pero para no ser descubierto, mejor
quise ser cartero.
No me gusta mi trabajo, pero tampoco el extremo es lo mío.
jueves, 26 de julio de 2012
Una celda
A Jacobo Timerman
Aquí estoy. Tengo frío. La habitación donde me
encerraron es demasiado pequeña: apenas puedo estirar mis brazos hacia los
costados. No puedo dormir acostado. Mis rodillas me duelen todos los días
porque siempre estoy parado. Me tiemblan por la falta de equilibrio. Duermo de
pie. A veces siento cómo me caminan las hormigas sobre los tobillos, siguen los
muslos y se detienen en mis cojones. Quizá allí no sufren de frío. Sobre el
hirsuto, como campo minado, se esconden y no se mueven durante horas. Algunas
mueren en la travesía; otras, suben a mi pecho, brazos y axilas para detenerse
en mi boca. Todos los días trago, si acaso, una bocanada. Es de los pocos
alimentos que consigo. Cuando se acuerdan de mí, entran a preguntarme que si
quiero comer pan, tomar agua o excretar. Soy muy afortunado: tengo mi propio
pozo. Antes me llevaban a un cuarto donde pisaba mierda mientras buscaba un
lado dónde hacer; como sabrás, algunas veces me sucedían accidentes y más de
una pierna se mojaba de orina. Pero ahora soy afortunado con mi pozo, aunque me
duela inclinarme. Soy muy afortunado. Soy el que posee la celda sin número, tal
vez soy muy especial para que no me registren. La celda aislada. La celda
polvorienta. La celda de todos los silencios. Aún así escucho cuando los
vigilantes llevan a un preso desnudo y lo
hacen repetir frases como «Soy maricón», «Tengo el pito corto», «Mi madre era
la putita de la cárcel» o «Me gusta que me lo metan». Lo más probable es que le
hacen lo último que recita, pues escucho que los pegan hacia la pared y los
gritos se salen por la nariz y boca. Unos ni siquiera pueden sentarse al día
siguiente o no quieren volver a verle los ojos a uno de los hombres que
protegen las celdas. A mí no me toca eso aún, o no me eligen por ser judío —al menos
he escuchado esos rumores a mi favor, pienso —. No tengo castigos de ese nivel:
me dejan en este celda todo el día, parado, dejando que las hormigas sean
devoradas como sacrificio para mí y sentir el recorrer de mi orina en la
entrepierna. Soy muy afortunado, aún así. Aquí estoy. Sigo esperando a mi
visitante: una mosca. El sonido del aleteo me recuerda a Claire de luna de
Debussy. Tiene que llegar mi única visita. Tiene que llegar.
domingo, 22 de julio de 2012
Cubierto
El
polvo cubre una ventana
donde
te veo sonreír
ni
siquiera parpadeo
porque
quiero verte
no
tengo miedo
a los
escorpiones que se meten
en
la entrepierna
ni
a esos pájaros
que
carcomen mis ojos
solo
te veo
en
el reflejo de los peces
en
cualquier montaña
no
quiero parpadear
me
imagino el olor
de
tu piel curtida
hace
tiempo que envejeces
y el
viento no te ayuda
a morder
el anzuelo
del
otro mundo
sigues
vivo
con
tus pies roídos
incluyendo
tu rostro
lleno
de manchas
sin
saber a dónde llegar
a morir
yo
soy la sombra
de
lo que fui
la
que sigue tus pasos
y la
que han sobrepasado
pies
ajenos
muecas
gangrenadas
o cualquier
cosa
que
me provoque
la
ansiedad por
devolver
lo
que jamás he recibido
y tengo
tu huella
en
un precipicio
donde
apenas
se
escucha
respirar
la
roca
que
te cubre el cuerpo
y no
volviste
a caminar.
martes, 3 de julio de 2012
Instrucciones para perder la vista
Inhala.
Puede atraparse la inmensidad del aire, sin piedad, hasta hinchar sus pulmones.
Exhala. Arrójelo al no pertenecerle. Ni a las criaturas, ni a los destellos de
luz. La posición de montaña sigue, esconda el torso y la cabeza en el piso, y
levante la cadera. Sienta los temblorcitos de su cuerpo. Relájese. No se va a
morir. Es parte de su formación como humano en el entorno. Imagínese las veces
que le han sacado los ojos al piso por escupirle la cara. También imagínese si
tuvo boca para opinar, pero no porque el invierno lo congeló. Imagínese. Sienta
cómo se remuerden sus dientes cada vez que alguien pisa. No se preocupe, en
caso de molestarle las vibraciones, mejor aguántese. Atlas ni se queja. Luego
de ser montaña, conviértase en una cobra; para ello deslícese aunque le truenen
sus vértebras. Ha pasado el invierno y el reloj empieza a caducarse. Ya me
cansé de no tutearte, dispense las molestias, pero usted no está viejo, no lo
suficiente para tener el respeto. Los tornados juegan con tu cabeza. Te llevan
de un costado al otro, entre los anillos de Saturno. Pasan las estaciones y no
te das cuenta porque las flechas del reloj se incrustan en tu mentón y frontal.
Te transformas. Dejas de ser cobra. Tu veneno se disipa, no es efectivo para
los escorpiones que te rodean. Ahora se desaparecen las manos, las piernas: se
las traga el suelo. Eres una piedra roja. Te pudres, sin darte cuenta. Algo
queda, un silencio, el hueco de la hora. Para que no te duela inhala y exhala
lentamente. Quizá como piedra ya no percibirás el suspiro, por eso debes tener
a la mano un ungüento. El olor te hará reconocer cualquier planta. Lástima que
se fue el invierno y ninguna estación sigue por el otoño. Las hojas caen.
Raspan y abren cada una de las heridas. Asegúrate que no caigan en tus brazos.
Pesan más que el cemento. Más que la ceja fruncida de ira. Si es así, comienza
el dolor y sin la respiración es una pesadilla. Las hojas caen diciendo que son
los lamentos de un cometa, la llegada de los sueños o de los elefantes rosas.
Si te duele mucho más, alguien puede rociar el cuerpo. Una memoria sustituyendo
a la mirada, al gesto, al tacto. Una memoria se convierte en una mano tibia
rodeando tu silueta y buscando tu piel a punto de colapsar. Ves cómo las hojas
de otoño son navajas amarillentas. Los destellos que pronuncian, te ciegan. Al
principio sientes cómo penetran los párpados, después los lamentos se deshacen
con las pestañas. Y no te das cuenta que arrancan también un hilo que
desaparece de tu garganta. Es un hilo larguísimo. En caso de tener sed es
preferible que los oídos estén tapados, de lo contrario desearás tener una
cascada en medio de la habitación, pero es otoño, y el otoño no puede ofrecerte
la selva. El otoño se hace cargo de todo, menos de tu sed. Si quieres saciarte
la sed, deja que tu cabeza vuelva a caer. La sentirás pesada, por eso ocuparás
de tus palmas para sostenerte y poner tus piernas sobre los codos. Así es: eres
toda una escultura para defenderte. Para arrancar las piernas del suelo empuja
tu lomo, hazlo, eres más fuerte ahora. Lo has logrado sin queja alguna, aún así
el otoño salpica tus rodillas. Germina la sangre. Inhala. Exhala de inmediato.
Inhala y raspa tu aliento. Es el otoño que aparece y sigue cortando con sus
navajas. Aún así, alguien toca tu espalda podrida. Es un refugio mientras el
otoño persevera. Sus navajas se convierten en cuchillas de doble filo. Te
reparten con los demás objetos. Ya no sabes dónde quedan tus piezas. Para
recuperarlas, juega a que eres el ciego del Universo y llámalas con la mente,
con la lengua invisible o con el eco. Tal vez no te escuchen. Es que ya no son
parte de ti. Son del otoño. Inhala simplemente. Hasta cuando dejes de respirar,
te devolverá lo que le debes. Para entonces ya no los ocupará. En caso que te
urjan los miembros para nutrirte, adelanta las manecillas del tiempo. Si se
destruyó antes, espérate hasta que sea octubre nuevamente. Tardará un poco y no
tendrás lágrimas con qué consolarte. Suminístralas en gotitas dosificadas. Así
no sentirás tanto dolor.
martes, 26 de junio de 2012
El lugar de la ceguera.
La ciudad no es ciudad. Es
una
luz del semáforo que se
detiene.
//plash plash
plash
suena el encendedor//. Es el
semáforo
de la luz roja. Ya no la ven
desde la semana
pasada. No la reconocen. Se aferran a los
demás colores menos a la roja. Se detienen
coches desde que el primero lleno de potros
optó por dejar el tiempo en un cinturón de
castidad. Los primeros se
detuvieron y
arrojaron a los futuros
bebés en un muelle
o vacío de las calles. Los
segundos hechizaron
las paredes que jamás
crecerán
por la muerte de las
antiguas culturas. Y los
terceros se dejan morir
antes que cambie
de color el semáforo:
al cabo no lo ven y si lo
descubren
se irían a tierra adentro
a reunirse con los demás
que no quieren ver.
//el semáforo tiene vida//
cantan
los olvidados de la noche
//el semáforo apunta y brevemente
clava un ojo a los escondidos
porque es el semáforo quien nos tortura
y sin
clerecía
o vértigo en un fusil sin boca
amenaza en convertirnos
en parte de su rojo sangre//
cantan
los cadáveres de perros
cantan
las mentiras inconclusas
cantan
las banquetas rotas
cantan
las bolsas de plástico
cantan
los bosquejos o las voces
cantan
los ojos caídos
//el semáforo nos aparta
aplasta
el reloj
de la muñeca inferior
tic-tac dicen los demás
el semáforo nos quita el sueño
y nos encuentra
abandonados
carcomidos
o mejor aún
exiliados
de la enfermedad//
La catedral a lo lejos
con ratas muertas metiéndose
por los huecos de la puerta;
abundan las palomas
con olor a azufre
y esqueletos de gatos
ensangrentados
sin tráqueas mueren
o se ahogan todas las noches
por la lama o
carbono.
La catedral con las puertas
cerradas
y los ciegos admiran a los santos
llorando
refugiados en el teísmo
porque
de la vida es lo único que
tienen de vida
y los ciegos caminando en charcos
atropellados
por culpa del semáforo:
cada cinco segundos
transcurridos
hay alguien quien deja de respirar.
//el semáforo mata//
dicen los ciegos.
sábado, 16 de junio de 2012
Instrucciones para separarnos
Camina conmigo. Intenta no tocarme la mano, pero sé
que te arrepentirás. Empiezo a contarte mi miedo. Empiezo a decirte que temo a
los hombres escorpiones porque sus vergas son gigantescas, capaces de traspasar
la piel. Para que no llore acaricia mi rostro. Sigamos caminando. Sigue tocando
mi mano, es parte del temor mutuo. Observa el entorno. Los grafitis en las
casas. Las personas caminando sin ton ni son como cadáveres construyendo un
nuevo cuerpo. Observa lo que te ofrece mi ciudad. Una calle larga consumiéndose
con los ojos, con el vaho, con los cigarrillos. Inhala. Espira. Di algo, aunque
sea un saludo. Aunque sea una lamentación. Intenta convencerme. Pasar contigo,
junto con las estrellas, la noche. No entiendo tu lenguaje. Para comprenderte
utiliza una frase, no palabras entrecortadas. Toma mi cintura y guíame a otra
calle llamada olvido. Sujétame, como si tuvieras un aguijón donde encajar la
pared. Busca mis labios. Sosténlos. Busca mi cuello. Quítame cada amuleto antes
que la muerte se dé cuenta. Deja que te busque la boca y me trague tu aire, o
el hálito que usas para respirar. Juguetea conmigo. Que sean tus manos los
manipuladores. Que sean tus párpados los que indiquen la mirada. Para que no se
te olvide, sostén tus manos en el secreto. Empieza a buscarlo. Saca tu dedo:
inyéctalo. Piensa que no eres un escorpión, como yo lo sé, como lo sabemos
mutuamente. Cierra los ojos. Si empiezas a sudar concéntrate para que te quedes
así, mientras vigilo el espacio hecho sueño con niebla, con lluvia, con todo lo
que dicen las voces. Imagino que estás leyendo un libro, que te sientas a tomar
café, también te imagino viendo la mar a gotas y la arena llenándote los dedos
de sal. Imagino que has pasado por la soledad, por la degustación, por esas
cosas que temes y no vuelves a creer en el afecto: porque se te olvidó la
niñez, la manera como te columpiabas sobre el viento o como resbalabas en un
camino de hierro. Se te olvidó el gesto tierno y aprendiste que la violencia
empieza con la mirada; luego con la desposición de tus sueños. Esos sueños que
tienen simbología que no los entiendes, ni con los estudios a priori de la
nada. Ni del fundamentalismo. Ni del chovinismo. Sigue inyectando esas cosas
que no puedes decirme. Lo único que nos une. Para mí eres un niño que aún tiene
que crecer, con o sin la soledad. Deja que te vea a los ojos. Ábrelos, sin
pena. Es tiempo de mirarnos, de buscarnos las pupilas. Recuerda que mis ojos
son claros y puedes ver mi miedo a los escorpiones. En este momento sé que no
eres esas cosas que circulan alrededor de nosotros, como pájaros con colmillos.
Sigue viéndome. Obsérvame, no hay ropa que me cubra. En este momento no tengo
miedo tampoco. Ni tú. Siguen las estrellas subiendo y bajando de las nubes sobre
los tejados. Las voces regresan con ganas de gritarnos, pero el entorno es silencio
nada más, como el Universo que nos quiere reunir, como el Universo nos quiere
reunir nuevamente, como el Universo que vuelve. Escúchalo nuevamente, y dime
como tú siempre emites el no te dejes caer, no te sueltes: hazlo sola. Estamos
a punto de separarnos. Para que no nos duela, sigamos con las manos cruzadas.
Una vez como si nada, esconde tu dedo. Sonríe conmigo. Sonríe viéndome. Somos
parecidos, te lo repito a cada instante. Así quédate, besándote. Una vez que
sigamos atados de la mano, poco a poco suéltame. Terminemos de caminar. Hay un
recorrido que nos aleja y las distancias son de aquí a allá. Despídete: es lo
único que falta. Camina solo, ahora te toca el siguiente recorrido. Puedes
quedarte dormido en el suelo, como yo lo haré sola. Mira las estrellas. Esta
vez han brillado para ti y por ti. Los deseos vuelven pero debemos dejarlos:
quizá tengamos otra historia parecida a Ulrica como Borges nos predestinó: como
esto que empieza a borrarse y nadie más lo sabrá.
lunes, 30 de abril de 2012
Donde nos aguarda la Loca de la casa de Rosa Montero
Donde
nos aguarda La loca de la casa de
Rosa Montero
Diana Ferreyra
Dicen
que un loco dice la verdad, hasta confesarnos eso que resguarda en un cajón con
candado. Desde que La loca de la casa
nos abre la puerta, declara esas cosas que cree inventar y Roland Barthes aparece
en su justificación: «toda autobiografía es ficcional y toda ficción es
autobiográfica». Todo es parte de la imaginación, inclusive los personajes
involucrados en la narración. Lo bueno es que no nos toca psicoanalizar, sino
acompañarla. Pero esta loca, vaya, sí que le gusta saturarnos de sus vivencias
y de su paranoia por leer sin saciarse.
El
recorrido empieza con las ventanas y narraciones que recuerda, desde el breve
cuento de Oscar Wilde, “El gigante egoísta”,
que leyó en su niñez y de allí empezó con la compulsiva carrera de lectora
—incluyendo la de escritora—, hasta involucrarse con la vida de algunos autores
citados, dando a conocer la locura que los encerró. Esta enfermedad contagiosa
elige a los genios o a los que sufren de esquizofrenia aún no detectada, como
el caso de Robert Louis Stevenson y su doble personalidad, la que compartió con
su «diamon» —descubierta por Kypling; o la presencia del «duende verde» para
los futuros consumidores de brebajes que lo ven, como la mayorías de los escritores lo hace— misma que le inspiró
para escribir El extraño caso del Dr.
Jekyll y Mir. Hyde; o el Quijote, llevar su locura a los confines, y ya en
su lecho de muerte Sancho Panza intentó comprenderlo, algo imposible para una
criatura regida a partir de su conciencia, y que tampoco pudo comprenderlo el
mismo Cervantes Saavedra por no haber podido escribir más hazañas de su
personaje. Le exigía hasta la dignidad de su pérdida de cordura, tanto, que la
memoria del Quijote superó al del escritor.
La
locura, si bien, en la casa de la loca acecha, el personaje de Rosa Montero la
padece, como todo autor es afectado y afectivo: si no, de nada serviría
escribir. La lectura paranoica llega, y el oficio de escribir la acompaña,
agregando «la loca» idea de inventar un amorío en tres distintas versiones. La
primera trata de un desplante pasional por parte de Rosa y del personaje M., el
amante. La segunda versión fue trágica por una enfermedad extrañísima del
amante, concluyendo su destino en la mediocridad. Por última, la tercera
versión es la que pudiera ser biográfica y a la vez la más fantástica: volverse
a encontrar luego de veinte años sin verse, sin que nadie los separara en la
noche, después que M. saliera con Mariana, la hermana de Rosa Montero, y ella a
la vez dejara por unos días a su pareja. Decimos que la invención o creación de
un escritor es parte de la literatura y como la literatura es un pretexto, la
locura también. Se atrevió a inventar un amorío con un famoso actor y anónimo
M. desde crear besucones, miradas, ausencia de buenas charlas y el anhelo de
verse, hasta la súplica de olvidarse mutuamente. Es parte del delirio que
suscitan los amores fracasados, inventados. Nadie hace caso al dolor, solo el quien
lo vive.
Al
principio puede considerarse pedantería y presunción el considerarse como la
“genialidad de su hogar” o su papel central como “escritora”; posteriormente se
va convirtiendo en esclava de su oficio. Intenta salirse, pero es imposible.
Derrocha la genialidad, la vive, la respira y se sienta esperando controlarla
por medio de la racionalidad. Nunca lo ha logrado. Llega a la resignación y se
define como la curiosa e intranquila de la casa, y sin darnos cuenta, ya nos
tiene en el comedor para invitarnos un café mientras nos creemos la veracidad
de sus novelas. Entonces ya es inútil pensar en Barthes.
Montero,
Rosa (2006). La loca de la casa. España: Punto de
lectura.
domingo, 29 de abril de 2012
La que se hizo azteca
A Cristhian.
Siéntate aquí, debemos hablar.
Y el psicoanalista me veía con ojos
íntimos y algo despreciativos. Me senté, pero no hice caso en dónde. Seguí
viendo hacia arriba. Su ropa crujía en el suelo que era de madera, por algo
allí se escondían los alacranes y otros insectos.
Cómo has estado | Bien, dije con la
misma sonrisa fingida que pude entregar | Qué historia me cuentas hoy | Cuál
historia, decía yo | Como las que cuentas | Sabes, es que son reales. Hace unos
momentos estuve platicando con Cóyotl y me dijo que debía volver. Mi mayor
culpa es no ser azteca.
Y se volvió en sí mientras echaba
los hombros hacia atrás. Entendía que no concebía lo que intentaba decir.
Si le conté que tenía un marido
llamado Cóyotl, verdad. Significa “coyote”, es decir, tan veloz que nadie lo
puede seguir. Me dijo que su pueblo fue atacado por unos hombres que se
hicieron pasar por sabios, sobre todo uno, que prometió ser Quetzalcóatl. No sé
por qué hasta él mismo les creyó: fue engañado como los demás. Hace unos
minutos vino, y el torbellino que lo trajo hasta a mí impidió que pudiera
platicar con él de acuerdo a lo nuestro. Quiero que estés conmigo, aquí
adentro, y puso mi mano en su pecho, junto al corazón. Debo seguir en la lucha.
Ya mataron a mis padres, ahora me toca defender a mis futuros hijos, y se fue.
Y con las ropas ensangrentadas me cubrió antes de retirarse, le lavé la cara y
le curé algunas heridas. A lo lejos vi cómo se abalanzaban los guerreros hacia
los propios españoles. Siempre he dicho que mi raíz se murió desde que los
españoles extinguieron gran parte de los aztecas, y lo peor del asunto es que
no puedo ser como ellos: no sé hacia dónde irme.
>>Me encontré en una de
las calles y supe que el metro ya no era la cola de los guerreros. Por poco una
persona me empujaba hacia las rieles. Le menté, como cualquier mexicano debe
hacerlo y me sumergí en la boca de ese objeto volátil. La gente era igual, solamente
que estaban asustados al verme con las ropas ensangrentadas. Más de uno me
ofreció su asiento pero como mujer le dije que mejor lo guardara para algunos
de los hijos, los que no iba a tener con Coyótl. De nueva cuenta, sumergí y me
hallaba ahora al frente de una casa que estaba incendiándose. Era la de uno de
los españoles. Cóyotl apareció y me dijo que la quemó, luego que los españoles
se metieron en la ceremonia donde más de uno decapitado quedó.
Debes cuidarte amada. Quién sabe cuántos sobrevivan | Quiero ir contigo…
| No, negó con paciencia, debes estar aquí, al cuidado, y regresé al metro
donde había pasado a Iztapalapa. Debía bajar, para matarme creo, o si no para
visitar a mi madre que aún vivía allí. De nueva cuenta, caminé y la gente se me
quedaba viendo al verme enferma. Me senté en las escaleras para identificar a
dónde debía seguir y me di cuenta que un hombre llamado Fernán se acercó. Abrí
los ojos y ahora Hernán Cortés caminaba hacia a mí. Cóyotl lo detuvo. Pero
Fernán me estaba siguiendo, y no quería verlo.
Y quién es Fernán, me interrumpió el psicoanalista | Un martirio.
Si alguien me quería seguir debía comerme los papeles que tuviera para
que no me quitaran los objetos de valor, como me recomendó Cóyotl. Lo hice.
Subí hacia una de las calles con azotea calva y comencé a devorar los papeles,
incluyendo dinero. Fernán iba con pasos aligeradamente fuertes y me venía a
visitar con la misma violencia, pero qué hacía cuando éste tipo quería abusar
de mi presencia. No sé por qué su madre jamás lo detuvo. Y Cóyotl, cuando el
enemigo aparecía, alzaba sus brazos y le clavaba el arma hacia el pecho hasta
quitarle el corazón. Más de cinco veces quiso hacerlo. Corrí y me encontré
donde mismo. No permita que vaya a seguirme el Fernán. Es un enfermo mental.
Hoy mismo escapé luego de los golpes y le dije que Cóyotl conmigo era
maravilloso y no tengo miedo de él mismo. Escucha doctor, escucha doctor los
pasos aligerados de Fernán | Algo escucho, me respondió el psicoanalista | Es
él. Dijo Cóyotl que iba a venir por mí para defenderme. Pronto me convertiré en
azteca, y ambos nos condenaremos en uno solo, sin tocarnos las bocas sabemos que
nos necesitamos mutuamente. No diga que estuve aquí.
Y de un torbellino de céfiro con plumas en los alrededores apareció
Cóyotl que sujetaba a la chica. Ella sonrió al verlo y subió a un escalón
invisible para alcanzarlo. Fernán, mejor dicho el que iba a inyectarle
apareció. Vio al psicoanalista mirando hacia arriba.
Temo que esta chica no pertenece ni aquí ni allá, por no ser azteca |
Desde años ha querido serlo. Será mejor dejarla en paz. Le encanta jugar con
las cosas.
Pero el psicoanalista descubrió que la chica tenía razón, así que
prefirió irse de la clínica y despedirse. Para poder hallársela nuevamente,
comenzó a devorarse los papeles que tenía, incluyendo el dinero: así fue.
sábado, 28 de abril de 2012
Verso Vacío.
No puedo seguir. Ya siento en el ánimo de quien lea esto ese
desprecio tolerante que suscita el que cuenta cosas que sólo a él interesan.
Veo escritas, escritas por mí, esas frases cuyo recuerdo todavía me estremece,
y que sin embargo se quedan desnudas, dulzonas, porque no tienen ya, ni puedo lograr
que tengan al escribirlas, eso que las hacía respetables y conmovedoras…
Josefina Vicens (El
Libro Vacío)
69
Apología para el
lector:
Inalcanzable (nos
arrima en ciertos papeles) |
semidios | omnipresente en nuestra labor |
jornalero | entusiasta por recitarnos
|
equivocado precursor de la
pintura |
analista |
escribano |
poetilla ‘malentonador’ de rimas asonantes |
se sienta a nuestro lado mientras está
ocupado |
(dormitorio |
bacinica | restaurante
| café |
y otros patios que tanto le
encanta divagar)
llorón | criticón | enfermo de su pensamiento |
idóneo | nacionalista | noble con
sus hermanos |
lector | lector mío |
sin usted | no sería lo que
me ha dado |
un lugarcito (pegado a la
pared) de su colección
Papel reciclado.
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